El nuevo contrato social es una idea que ha cobrado fuerza en los últimos años, impulsada por organismos como el Foro Económico Mundial (WEF), la ONU y el FMI.
La premisa es clara: el mundo ha cambiado, y las estructuras económicas y laborales que antes ofrecían estabilidad han quedado obsoletas. La digitalización, la precarización del trabajo y la crisis climática han desmantelado el viejo pacto social, exigiendo nuevas reglas que garanticen seguridad y oportunidades en un contexto de incertidumbre y transformación acelerada.
Desde el WEF se argumenta que las empresas deben asumir un papel más activo en la construcción de una economía inclusiva, mientras que el FMI plantea la necesidad de un modelo que combine flexibilidad con estabilidad, permitiendo a los mercados adaptarse sin sacrificar del todo la protección social. En el ámbito académico, autores como Otero Iglesias y Paula Oliver Llorente han analizado cómo esta transformación debería aplicarse en contextos europeos, buscando equilibrar competitividad y cohesión social.
Sin embargo, detrás de esta narrativa progresista se esconde una realidad más incómoda: el nuevo contrato social no es más que un ajuste dentro del marco neoliberal, diseñado para preservar las estructuras de poder bajo una apariencia de modernización y equidad. Se trata de una estrategia para gestionar el descontento social sin desafiar realmente los cimientos del capitalismo en crisis. Aquí es donde debemos analizarlo desde una perspectiva revolucionaria: no como un avance, sino como un mecanismo de contención que, lejos de emancipar a las clases trabajadoras, refuerza su sometimiento a las lógicas del mercado y la tecnocracia.
Estrategias para Superar las Limitaciones y Contrarrestar las Influencias Capitalistas
Para enfrentar la fragmentación de la clase trabajadora y las nuevas formas de explotación en el capitalismo digital, es esencial desarrollar una estrategia revolucionaria que no solo erosione el poder del Estado y del capitalismo, sino que los supere y los torne irrelevantes.
La lucha debe ir más allá de la resistencia pasiva o la simple autogestión de espacios autónomos, traduciendo las tácticas en acciones que allanen el camino hacia una transformación estructural profunda de la sociedad.
Sin embargo, esta estrategia no puede reducirse únicamente a la economía digital. Cada sector presenta una composición y coyuntura distinta, lo que exige tácticas adaptadas a su realidad específica. Algunos sectores, como la industria y la construcción, dependen más de la infraestructura física y la producción material, mientras que otros, como los servicios y la tecnología, han sido altamente digitalizados.
La clave es encontrar las formas de radicalizar las demandas en cada espacio de lucha, utilizando la combinación de acción directa, organización y presión política para convertir reivindicaciones parciales en plataformas de transformación revolucionaria.
Extracto del articulo de Don Diego de la Vega, militante de Liza, Plataforma Anarquista de Madrid
Artículo completo en: El Nuevo Contrato Social en la Era Digital


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