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11 abril 2022

El engaño de la paz social

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Ni la degradación de los servicios públicos (miles de profesionales de la Sanidad apartados en varias Comunidades autónomas), ni los problemas en la Educación, ni el coste del recibo de la luz que viene padeciéndose desde hace meses, ni la salvaje subida de gasolinas y gasoil con lo que eso conlleva en la cadena económica, ni los nuevos precios de productos básicos fruto de casi un 10% de inflación oficial, ni los sueldos-basura, ni el precio de alquileres que impide a los jóvenes independizarse, ni los escándalos reales, ni nada de nada, provoca grandes movilizaciones sociales en este momento, aquí y ahora. 

Sabido es que, en una determinada coyuntura, la energía y predisposición a un nuevo periodo de movilizaciones depende de la moral y la convicción con que se haya salido de un ciclo anterior. Sin duda, la más que inútil (salvo para colocarse en medio de peleas internas) canalización electoral de los que nos iban a ayudar a asaltar los cielos ha hecho que ese activismo necesario para impulsar las luchas no esté en su mejor momento.

Pero una mención especial en esto de la recurrente “paz social” en curso es la que se merecen los dos sindicatos mayoritarios, que son expertos bien lubricados por los Presupuestos Generales del Estado desde que contribuyeron a dar origen al Régimen del 78 de cuyo entramado son parte necesaria. Aunque su prestigio entre los trabajadores es casi nulo, siguen contribuyendo a transmitir la desazón, el para qué, el todo es igual que invita a la inacción, tal y como quiere el sistema. 

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Los gobiernos pactan y festejan esta funcionalidad acomodaticia y se hacen fotos con los secretarios generales de turno por saber entender el momento político (desde hace 40 años). Tienen, eso sí, el problema de que la lucha de clases no se detiene y esto hace posible el surgimiento de organizaciones, plataformas, que puentean a los sindicatos amaestrados. Una líder de UGT (entre escándalo y escándalo) se lamentaba hace unas horas que el problema es que no atraen a los jóvenes. Y tanto. Es sabido que esa «chispa» que incendia las sociedades surge en cualquier lugar y no avisa, y que obliga a las fuerzas del orden y sus mandos a estar vigilantes y con las tanquetas listas.

Por cierto, ya que hablamos de la chispa imprescindible (además de imprevisible), hay que cuidarse de esa estratagema de los mismos sindicatos del régimen del 78 (hoy con la ayuda de buena parte de los mencionados “asaltacielos”) de acusar de reaccionarismo y hasta de extremismo de derecha a cualquier sector que, golpeado por las medidas gubernamentales al servicio de la oligarquía parasitaria, caliente la calle. 

Bueno será que el activismo más consciente tenga en mente aquello que defendía Engels en una carta a una revolucionaria rusa, cuando venía a decirle que no había que preocuparse por la calidad de la chispa, “ya que una vez que la chispa toca la pólvora, una vez que han sido puestas en libertad las fuerzas y que la energía nacional ha sido transformada de potencial en cinética”, lo de menos es el discurso con el que la chispa incendió “la cosa”. Que no nos quepa duda: pocas cosas más reaccionarias que esa “paz social” que impide que las crisis las paguen los parásitos que prolongan la guerra social, así, sin comillas.

Fuente: Insurgente

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