Miles de imágenes e historias de palestinos masacrados por Israel forman ya parte del paisaje político de nuestro tiempo. No sé si nos acostumbramos o nos insensibilizamos ante el horror, pero frente a la total inacción del “mundo civilizado” y sus “organismos internacionales”, los cuerpos de los niños muertos y mutilados se han convertido en la vergonzosa postal de Gaza. Una imagen que ilustra, mejor que cualquier discurso, la esencia de la “única democracia de Oriente Medio” y de sus cómplices del Norte Global.
Si tuviéramos que explicarle a un extraterrestre el sentido de la palabra “hipocresía”, bastaría con hablarle del reciente “reconocimiento del Estado Palestino” por países como Francia, Bélgica, Reino Unido, Australia o Canadá. Los grandes medios lo presentaron como un “triunfo de la humanidad”, exaltando la “sensibilidad” de las élites occidentales. Pero no hablamos de países neutrales: todos son aliados de Estados Unidos, el principal sostén del régimen sionista israelí.
De nada sirve ese reconocimiento simbólico si no se salva una sola vida mientras el Gobierno genocida de Tel Aviv sigue destruyendo a un pueblo entero. Es como condenar al nazismo mientras se observa el humo de los crematorios.
Los mismos países que hoy se dicen “indignados” mantienen negocios con Israel. Le venden armas y tecnología sabiendo perfectamente para qué se usan. No se trata solo del Gobierno de Netanyahu, sino de una política estructural del Estado israelí desde su fundación. Y bastaría un gesto de Washington para detener la masacre.
Israel no es más que una extensión del Imperio estadounidense en Oriente Medio, dependiente militar, económica y políticamente de la Casa Blanca. La falsa indignación de los líderes occidentales —incluidos los de la OTAN— forma parte del guion con que se manipula a los pueblos y se legitima un poder cada vez más frágil.
La Unión Europea, segundo socio económico de Israel, aplica sanciones a Irán, Rusia o Venezuela, pero nunca a Tel Aviv. Lo máximo que ha hecho es “discutir” si suspende las preferencias comerciales, mientras durante años el ejército israelí torturó, asesinó y bombardeó a palestinos con total impunidad.
Mientras tanto, la ONU celebra su 80.º aniversario. Nació para evitar guerras y masacres, pero hoy es una burocracia impotente, reducida a un escenario simbólico donde solo se escucha lo que EE.UU. permite. Muchos de sus funcionarios representan más intereses corporativos que los del mundo.
El discurso de Netanyahu en la Asamblea General fue tan hipócrita como el abandono de la sala por parte de los diplomáticos. A estas alturas, indignarse solo con Israel es absurdo: hay que exigir responsabilidades a Estados Unidos. Maldecir a Netanyahu o a Zelenski es distraerse con los títeres mientras los dueños del circo siguen intactos.
La justa indignación global frente al fascismo israelí se está diluyendo entre performances y declaraciones vacías de políticos que descubrieron que ahora criticar a Israel da votos. El problema es que lo hacen por cálculo, no por convicción.
La propaganda ucraniana repite el modelo israelí: construir “una víctima especial” intocable. Si criticas a Israel, eres “antisemita”; si criticas a Ucrania, “prorruso”. Esa es la matriz cognitiva colonial y neonazi creada por Estados Unidos y la Unión Europea. Criticar a Israel mientras se defiende al régimen ucraniano —su copia ideológica— es pura esquizofrenia política: ambos son piezas del mismo tablero globalista, donde la vida humana no vale nada.
Vivimos una deshumanización acelerada. Acusando de antisemitismo a todo crítico, el Gobierno israelí se ha convertido en el mayor antisemita del mundo. No solo porque los árabes también son semitas, sino porque con su brutalidad alimenta la judeofobia que nunca desapareció desde Hitler.
Lo que hace el ejército israelí en Gaza no es solo un crimen contra el pueblo palestino: es un crimen contra el futuro del pueblo judío y contra toda la humanidad. El miserable show diplomático y mediático de “solidaridad con Palestina” de los gobiernos neoliberales no es solidaridad: es complicidad con los crímenes de Israel.
Detrás de cada gesto simbólico y cada discurso vacío, permanece intacta la misma hipocresía que ha permitido, una y otra vez, que el horror siga repitiéndose ante los ojos del mundo.
Extracto de un artículo de Oleg Yasinsky en RT
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