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01 agosto 2022

El pueblo se divierte. Albert Libertad

anarquismo libertad acrata

El obrero sale de la fábrica apestosa. Es la hora de la liberación. Tras la dura labor, algunos instantes de reposo. Sale, sin duda hastiado, asqueado, en el corazón el odio contra aquellos que lo mantienen así encerrado durante horas para asegurar su lujo.

Pero ¿hacia dónde dirige sus pasos? Sale, va, corre hacia los quioscos de prensa. Una sonrisa de satisfacción se me dibuja en los labios; está hastiado, pero todavía mantiene vivaz en el corazón el orgullo del hombre: allá va a buscar el panfleto, el escrito en términos reivindicativos, con el fin de entrar en comunión de ideas con todos aquellos que sufren, sus hermanos de miseria, los explotados de todos los mundos.

Me aproximo, dispuesto a hablar, a estrechar la mano a ese sufriente cualquiera. Le Sport, dice él con voz fuerte y lo abre febrilmente. Pasa las páginas y se va diciendo: «Lo sabía, ha ganado. Untel montado a Roi-Soleil». Y este obrero es todos, es el mercenario, el esclavo tipo. Le Sport, Le Vélo, Les Courses, Paris-Veló y veinte más, he aquí el panfleto que lee el oprimido, he aquí la alarma de rebelión que resuena en sus oídos.

La plebe romana, en su excesiva miseria, reclamaba «Panem, Circensens», pan y juegos, y se rebajaba ante el tirano. España, bajo la dominación clerical, pide a voz en cuello procesiones y ruedos. En Francia, bajo la garra del parlamentarismo más humano… con las bestias, más delicado, el pueblo quiere carreras.

Que estos señores, los esclavos, quieren juguetes, pues sea: los emperadores construían circos, la reina de España está presente en cada nueva corrida, y su excelencia Felisque preside el Gran Premio. Los romanos, los españoles, los franceses le hacen otro agujero al cinturón y se acuestan felices y contentos.

También los explotadores, los burgueses, los sacerdotes piensan que todavía vivirán buenos tiempos en esta tierra, y reeditan aquella frase de los viejos galos: «No tenemos nada, salvo que los cielos se nos desplomen sobre la cabeza».

No os fiéis, sin embargo; bajo la engañosa calma del mar, bulle una tormenta.

¿Quién sabe? ¿Quién sabe si, bajo esta aparente tranquilidad, el pueblo, vuestro gran proveedor, no os prepara la última sopa?

Albert Libertad (1875 - 1908)

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