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05 junio 2021

Sociedad del terror

capitalismo neoliberal covid pandemia

El miedo a perder el empleo, a no poder pagar las facturas y las hipotecas, y tantas otras cosas hace su trabajo quintacolumnista, y el cultivo sistemático por los poderes públicos y mediáticos de distintas formas de miedo cala en la conciencia colectiva como una lluvia lenta pero segura. Lo hemos visto con el tema de la pandemia. El covid es muy escandaloso en capacidad de contagio, pero tiene una mortalidad a nivel mundial del 2,07%, que es un índice bajo, y que en el conjunto de España es una décima más. A pesar de estos datos, tanto en España como en el resto del mundo las políticas de inoculación del miedo han producido muy diversos males. Unos económicos, otros sociales y otros psicológicos. Pero no solo, como veremos.

Los trabajadores -y especialmente si se trata de multinacionales o bancos- raramente ganan cuando se enfrentan directamente a sus jefes o explotadores. En caso de reclamar con fuerza y en la calle, tienen enfrente a otros de su misma clase social, pero estos armados, uniformados y dispuestos a reprimir; a medios de desinformación con una sola voz, y en el interior de sus conciencias, lo peor: el miedo.

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Se desató una nueva crisis económica mundial, con aumento alarmante del paro y el cierre de empresas, menos las del Ibex 35, los bancos y las farmacéuticas, que hacen su agosto con las vacunas. Han repuntado suicidios, desahucios, problemas psicológicos con un insistente recuento del número de muertos por covid a todas horas y en todas las cadenas de televisión, con el indigno propósito de servir de tapadera a los otros dramas y a la vez de facilitar, el trabajo a las farmacéuticas a través del miedo. Y este proceder tan perverso se ha coronado por los gobiernos con un ensayo a gran escala de un control de la ciudadanía mundial tan estricto como si en vez de estar ante un virus que mata al 2 y poco por ciento nos halláramos ante una invasión extraterrestre que amenaza a toda la especie. 

Pero no se habla tan a menudo de que lo que realmente está amenazando a toda la especie, y que debería darnos miedo sin paliativos, es el cambio climático y sus consecuencias, la desastrosa gestión de la economía, de la salud, del medio ambiente, de los derechos esenciales y de la vida por parte de los responsables de todas esas cosas. Entre tanto, se silencia todo lo que tiene que ver con aumentar las defensas del sistema inmune, como una alimentación equilibrada y sin carne, con los hábitos saludables de pensar en positivo y superar los malos rollos que nos amargan la existencia, y con favorecer el relacionarnos entre nosotros  con la naturaleza y los animales. En cambio, se nos aísla, se nos confina y asusta, con lo cual nuestro sistema inmune se debilita, y nuestro organismo se hace accesible a cualquier virus o bacteria, mientras nuestra psique se desestabiliza y se generan problemas mentales y emocionales de diversa gravedad que poco a poco van apareciendo, y que en el caso de los niños puede ser fatal para su vida.

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Con la difusión del miedo como arma política se ha conseguido domesticar a la población mundial hasta extremos jamás imaginados y los Estados han derivado hacia lo que ya antes venía siendo una tendencia fuerte en ellos: diversos grados autoritarios, fascistoides o policiales, con un grave retroceso de la democracia y los derechos humanos en todo el mundo, sin que las gentes, amedrentadas, sean capaces de oponerse a tanta manipulación y locura de los ricos y de sus gobiernos.

Es mal asunto este de creer que es imposible vencer a enemigos tan poderosos, y los medios de desinformación de masas no cesan de enviar mensajes de ese tipo, subliminales unos pero otros dirigidos machaconamente  a descalificar toda alternativa contraria al poder económico y político. Así que entre unas cosas y otras, a la hora de votar se acude a las urnas a sabiendas que solo un milagro dará mayoría a lo alternativo, pues se impone siempre la mayoría silenciosa, la mayoría del miedo, derrotada antes de presentar batalla. Han claudicado y prefieren distraerse, seguir sus rutinas de avestruz domesticado y llenar de conformismo sus vidas y las urnas, en la confianza de que los que mandan saben mejor que los mandados cómo hacer las cosas. Y eso que estamos acostumbrados a ver cómo sistemáticamente se incumple con todos los programas que predican los partidos y las leyes de la conciencia que los clérigos predican pero no practican.

No obstante, existen conocimientos políticos y económicos suficientes para que existan verdaderas democracias y leyes espirituales, como los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña que garantizan un cambio de conciencia espiritual del mundo. La pregunta entonces sería: ¿Con cuántos humanos contamos para estos dos horizontes de progreso?

Fuente: Patrocinio Navarro Valero (Kaos en la Red) 

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