La violencia vicaria no es violencia de género, se puede utilizar dentro de la violencia de género, pero también en otros contextos violentos cuando se anteponga una persona para ocasionar un daño a otra. Es lo que ocurre cuando alguien busca ajustar cuentas y secuestra a un hijo o a una hija de su objetivo y lo utiliza como forma de chantaje o para dañarlo directamente, situación que se produce con alguna frecuencia entre grupos criminales o en ajustes de cuentas entre organizaciones, o para obtener algún tipo de beneficio cuando se utiliza con empresarios o con alguien de la política.
Desde mi punto de vista creo que se debe ser prudente al utilizar de manera generalizada este concepto como si sólo fuera violencia de género, y lo pienso por varias razones, entre ellas:
- Aunque su uso se relaciona con los casos de violencia de género que hemos conocido últimamente, especialmente con el terrible asesinato de Olivia y Anna, su planteamiento centra la idea de la violencia en el hecho en sí de la agresión, no en el contexto de la violencia del que surge.
- Su uso aparece cargado de neutralidad y facilita la confusión, pues se puede utilizar tanto para situaciones de violencia de género, como ha ocurrido en Tenerife, como para otras circunstancias violentas, como ha sucedido estos mismos días en el caso de la madre que ha asesinado a su hija Yaiza en Barcelona.
- La utilización del término bajo estas referencias oculta la violencia diaria que sufren los niños y niñas dentro de la violencia de género. Una violencia contra los menores que es parte esencial en la estrategia de dominio y amenaza que utilizan los agresores para conseguir su objetivo, que no es el daño de la madre, sino su control. El daño es parte de la estrategia y también puede ser el castigo final cuando percibe que ha fracasado en su intención de dominarla y someterla.
- La violencia de género, cuando la definimos en los años 90 como una violencia diferente al resto de las violencias interpersonales, destacamos que tiene una serie de elementos diferenciales, entre ellos tratarse de una “violencia extendida”, es decir, no limitada exclusivamente a la mujer con la que comparte la relación y abarcar a los hijos e hijas de manera sistemática, así como a otras personas de los entornos que de manera puntual puedan ocupar una posición importante, con el objeto de reforzar el control que se consigue con la violencia directa sobre la mujer.
- Por lo tanto, la violencia contra los hijos e hijas no se limita a acciones puntuales, ni se utiliza sólo para producir daño, sino que es una constante que sufren los 1.678.959 niños y niñas que según la macroencuesta 2019 viven en hogares donde el padre maltrata a la madre.
Al machismo no le importa hablar de las mujeres ni de los niños asesinados, de hecho pide que se consideren como víctimas de la violencia doméstica o familiar, lo que le importa es que se hable de violencia de género o de violencia contra las mujeres, porque al hacerlo se pone de manifiesto la estrategia de una cultura androcéntrica que ha diseñado una violencia específica contra las mujeres para controlarlas y someterlas, con el objeto de perpetuar su modelo de sociedad y convivencia.
Cualquier denominación que facilite la ocultación de la naturaleza de la violencia de género será utilizada en contra de ella, como ya hacen desde la ultraderecha al decir tras el asesinato de Olivia y Anna que la condena se debe hacer con independencia de si el asesino es el padre o es la madre, volviendo a igualar las violencias por el resultado para ocultar las diferencias que se definen en su origen y significado.
El asesinato de Olivia y Anna se ha producido porque un hombre no aceptó que su mujer decidiera romper la relación, como tampoco aceptó que ella iniciara una nueva vida en pareja, por eso no dudó en utilizar la violencia hasta el punto que su propia ex-mujer fue a denunciarla al cuartel de la Guardia Civil, aunque al final no puso la denuncia. Todo ello bajo un modelo de relación en la que el hombre se presenta con la autoridad que lleva comportarse de ese modo, y en el que la mujer e hijas son consideradas parte de su ajuar masculino, hasta el punto de quitarles la vida cuando ve que su voluntad no se ha cumplido.
Todo ello no es casualidad, es parte de la violencia de género, como demuestran las estadísticas que recogen que cada año 5 niños y niñas son asesinados por sus padres en el contexto de la violencia de género, después de haber sufrido la violencia a diario durante la convivencia.
Y al final, cuando asesinan a sus hijas e hijos, tienen el beneplácito de la duda por parte de una sociedad que los considera “locos” o “trastornados”, como ya se ha dicho de Tomás Gimeno al presentar el doble asesinato de sus hijas como “la venganza de celópata”, y al decir de él que es un “psicópata”.
Cualquier persona puede matar, una madre también, pero no bajo el amparo de toda una serie de circunstancias que definen la violencia de género. Por eso de la madre de Yaiza, que ha generado el mismo dolor que Tomás Gimeno al matar a su hija, nadie ha dicho que sea una “celópata” ni una “psicópata”, pero sí que se trata de un caso de violencia vicaria.
Fuente: Autopsia
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