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16 junio 2021

El preocupante ascenso de VOX

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El crecimiento electoral de Vox en España desde que a fines de 2018 irrumpió en las instituciones democráticas tras las elecciones autonómicas de Andalucía, en las cuales obtuvo casi el 11% de los sufragios, alcanzó a 12 el número de diputados y entró a formar parte de un gobierno de coalición con el Partido Popular y con Ciudadanos, condujo a que las preguntas sobre este partido de extrema derecha, sus componentes ideológicos, propuestas y explicaciones de su éxito se hayan incrementado en forma exponencial.

La fundación de Vox –cuyo nombre proviene de la expresión vox populi– se produjo en diciembre de 2013 como escisión del Partido Popular, impulsada por algunos de sus dirigentes más conservadores. Su líder era (y es) Santiago Abascal, durante varios años concejal en el País Vasco. Hasta las citadas elecciones de Andalucía, la repercusión electoral de Vox había sido puramente testimonial, por lo que las preguntas que suscita su recorrido son por lo menos tres: ¿Por qué razones surgió Vox? ¿Por qué luego de varios años de invisibilidad logró resultados tan sorprendentes en Andalucía, y a partir de allí en las elecciones generales, europeas y municipales? y ¿Por qué no existió antes un partido de extrema derecha en España?

¿Por qué surgió Vox?

La respuesta al primer interrogante se vincula en principio con la escasa fuerza y convicción que atribuían los dirigentes de Vox al gobierno de Mariano Rajoy, triunfante en las elecciones celebradas en noviembre de 2011, para revertir la política reformista desplegada por el primer gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2008) que incluía, por ejemplo, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y la denominada “Ley de memoria Histórica”, por la que se establecían medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura. Habría que agregar el descontento ante la crisis financiera que vivía el país, que lo obligó a un salvataje de la Unión Europa (“España mendiga como cualquier país sudamericano”).  Pero sin duda el factor de mayor significación, lo que se consideraba una palmaria demostración de debilidad –“la derechita cobarde” fue una de las expresiones utilizadas por sus dirigentes–, fue su accionar frente al desafío independentista impulsado desde el Parlamento catalán, que el 23 de enero de 2013 aprobó la “Declaración de Soberanía y del derecho a decidir del Pueblo de Cataluña”. Unos meses más tarde, el 11 de septiembre de 2013, una gran cadena humana unió de norte a sur el territorio de Cataluña en la denominada “Vía Catalana hacia la Independencia”, y tres meses más tarde los partidos defensores de una consulta popular acordaron la pregunta y la fecha de la misma, fijada para el 9 de noviembre de 2014. En enero de ese año el parlamento de Cataluña aprobó una moción por la que se solicitaba al Congreso de los Diputados la cesión de la competencia para la celebración del referéndum, pero el 8 de abril la petición fue rechazada.

¿Por qué creció tanto y tan rápido?

La reacción frente al problema del independentismo catalán constituye un componente central de la respuesta a la pregunta sobre el auge de Vox a partir de 2018: por razones que se explican más adelante, existe un amplio sector de la sociedad española para la cual la unidad nacional constituye un elemento indiscutido. En consecuencia, los desafíos planteados por las instituciones catalanas en octubre de 2017, que realizaron un referéndum (ilegal) de autodeterminación y seguidamente proclamaron la República Catalana –lo que obligó a la aplicación parcial del Artículo 155 de la Constitución Española disolviendo el parlamento catalán y convocando a elecciones autonómicas– potenciaron esa idea de unidad en el resto de España. Y para muchos, Vox era la dura respuesta necesaria para acabar con el independentismo.

¿Por qué no existió antes un partido de extrema derecha?   

Finalmente, para responder a la tercera pregunta, antes es preciso puntualizar que a fines de la década de 1970 hubo un partido de extrema derecha, nostálgico del franquismo, denominado Fuerza Nueva. En las elecciones generales de 1979 esta fuerza logró llevar al parlamento a su principal dirigente Blas Piñar, quién sin embargo no pudo revalidar su acta en los comicios de 1982. Una vez hecha esta aclaración, la principal razón para la inexistencia de un partido de esas características, que llamó la atención de analistas especializados en estudios comparativos, residió en el hecho de que el Partido Popular, bajo el liderazgo indiscutido de José María Aznar, logró mantener un equilibrio entre los diferentes sectores del partido, que incluía desde neofranquistas hasta jóvenes liberales homologables a grupos similares existentes en otros país de Europa Occidental, pasando por conservadores de viejo cuño, “demócratas pero dentro de un orden”, y grupos católicos tradicionales. Durante los dos períodos en los que ejerció la presidencia del gobierno, entre 1996 y 2004, Aznar obviamente no gobernó a gusto de todos, pero pudo compatibilizar su política económica liberal con un discurso españolista que complacía a los sectores situados más a la derecha. Por ejemplo, la participación de España en la guerra de Irak, cuestionada por la izquierda y retratada por la famosa fotografía de Aznar departiendo con George W. Bush y Tony Blair en una reunión en las Islas Azores, parecía mostrar la importancia del país en el escenario de la política internacional. Rajoy –recordemos, hijo del “dedo” de Aznar– se encontró en 2008 con problemas inéditos frente a los cuales su comportamiento moderado generó descontento dentro del partido, y finalmente llevó a la escisión de Vox.

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Componentes ideológicos de la extrema derecha

El ideario de Vox, para intentar resumirlo en pocas líneas, es una amalgama de elementos antiguos y modernos, lo que le permite apelar a un amplio espectro de potenciales adherentes.

A diferencia de otros países de Europa Occidental, además de una guerra civil España vivió bajo una dictadura desde 1939 hasta fines de 1975. El núcleo ideológico del gobierno de Francisco Franco fue el denominado nacional-catolicismo, que tenía sus raíces, por un lado, en la enorme influencia que ejerció la iglesia sobre la sociedad española, y por otro en la tensión surgida a partir de fines del siglo XIX como consecuencia de la irrupción del desafío del nacionalismo, fundamentalmente en Cataluña y Euskadi. Este factor potenció la difusión de un nacionalismo identitario que planteaba la existencia de una nación española que, por lo menos, se remontaba a los Reyes Católicos, y que había tenido su máxima expresión durante el reinado de Felipe II, titular de un imperio “en el que no se ponía el sol”. En la conflictiva década de 1930, con la irrupción de la Segunda República y los intentos de concreción de un proyecto reformista que afectaba los intereses de las clases tradicionales y de la iglesia, y además concedió un estatuto de autonomía a Cataluña, la derecha se radicalizó y un sector de ella, liderado por José Antonio Primo de Rivera, creó Falange Española, asumiendo elementos del fascismo que se combinaban con el catolicismo tradicional y un anticomunismo visceral. Estos elementos constituyeron el sustento ideológico de quienes protagonizaron el golpe militar del 18 de julio de 1936, triunfaron en la guerra civil e instalaron la dictadura encabezada por el general Franco. Durante 36 años el régimen dispuso del control de la información, de la educación y de la cultura, lo que le permitió operar sobre el comportamiento del conjunto de la sociedad; en un escenario afectado por la censura se impuso el discurso que definió a la guerra civil como una “cruzada” y a Franco como el hombre providencial que salvó a España del comunismo, que evitó que entrara en la Segunda Guerra Mundial, y que tuvo la clarividencia para impulsar el desarrollo económico en la década de 1960. Se conformó así

lo que se llamó “franquismo sociológico”, un amplio sector de la población que podía llegar a cuestionar la falta de libertades y otros rasgos del régimen, pero asumía como indiscutible la existencia de una única nación española y valoraba positivamente la ley y el orden impuestos por el dictador. Una vez puesta en marcha la transición a la democracia, ese sector se volcó primero mayoritariamente a la Unión de Centro Democrático mientras que el sector situado más a la derecha apoyó a Alianza Popular, punto de partida del futuro Partido Popular, que en esos primeros años tuvo como figura más relevante a un ex ministro del régimen, Manuel Fraga Iribarne. Por lo tanto, desde esos años existió en la sociedad española un sector predispuesto a reaccionar frente a cualquier desafío a la “unidad de España”. Si a ello sumamos un “núcleo duro” fervoroso defensor de los valores tradicionales, asociados en gran medida a la religión católica, nos encontramos con una significativa “demanda” de un discurso nacionalista, antisocialista, cuestionador del rumbo seguido por la transición democrática, especialmente en cuanto a la creación del Estado de las Autonomías.

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Vox irrumpe entonces en la política española cuando quienes hasta ese momento habían visto razonablemente protegidos sus intereses y sus creencias se convencieron de que la derecha instalada en el gobierno con el Partido Popular era incapaz de frenar el desafío planteado por Cataluña y se veía “desbordada” por la inmigración ilegal, en particular de los grupos musulmanes, identificados acríticamente con el terrorismo. No es casual además que los principales apoyos provengan de las clases altas y algunos de sus dirigentes pertenezcan a ellas.

Caracterizar entonces a este partido nos remite a una serie de elementos que muestran con claridad algunos componentes fundamentales de su perfil ideológico: Nacionalismo católico en su versión extrema (apelaciones continuas a la “España eterna”); Xenofobia (“los españoles primero”); Autoritarismo (“un país se tiene que liderar con mano de hierro”); Defensa de los valores tradicionales (antifeminismo, antiabortismo, defensa de la familia). Sin embargo, pese a que su nombre tiene innegables connotaciones populistas, el componente clasista predominante le incorpora un elemento que lo diferencia de otros grupos de la extrema derecha europea actual, en particular del populismo obrerista del Frente Nacional francés: un liberalismo económico radical (reducción del papel del Estado en la economía, déficit cero en las cuentas públicas, incentivos a la iniciativa privada, drástica disminución de impuestos). En cuanto a su posición frente a la democracia, son fuertemente críticos de la “partidocracia” pero en principio su objetivo fundamental consiste en neutralizar la “amenaza” socialista y reformar la constitución aboliendo el Estado de las Autonomías establecido por la Constitución de 1978.

¿Tiene futuro Vox? No caben dudas de que su discurso nacionalista radical tiene un cierto atractivo en un escenario caracterizado por el desprestigio de la clase política, los cambios generados por el proceso de globalización, y también puede tenerlo el argumento de los peligros del ascenso de la izquierda y del avance de los nacionalismos periféricos. Sin embargo, la carencia de una política social y su insistencia en la adopción de políticas ultraliberales ponen ciertamente límites a su crecimiento. Si la derecha conservadora representada por el Partido Popular recupera el poder y “hace los deberes”, esto es, neutraliza el desafío catalán e impulsa y desarrolla una política económica en línea con gobiernos vecinos del mismo signo, su techo electoral parece muy cercano. Solo una radicalización de la izquierda y el crecimiento del peligro independentista en Cataluña crearían las condiciones para que incrementara significativamente su caudal de votantes y su influencia política.

Fuente: Jorge Saborido (Le Monde Diplomatique)

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